Visitamos una discoteca silenciosa en Valencia

Hay un lugar en Valencia donde se puede disfrutar de una experiencia discotequera diferente, se trata de la Sala Piccadilly, en el barrio de Ruzafa.

La idea de hacer sesiones silenciosas surgió tras una denuncia de la vecindad por el ruido. La consecuencia fue una multa y el precintado por parte de la policía del equipo de sonido durante un tiempo determinado.Visitamos una discoteca silenciosa en Valencia

Fue entonces que Óscar Iglesias, dueño del local y presidente de la Asociación de Discotecas de Valencia pensó en realizar una “Silence Experience”. Alquiló el equipo necesario y probó suerte. La sesión fue un éxito y la “Silence Experience” llegó a Piccadilly para quedarse. Desde entonces cada fin de semana la sala se llena de clientes que buscan ese modo diferente de disfrutar de la música y el baile.

Pero, ¿Cómo es una discoteca silenciosa?

Tierra Canalla ha estado allí para vivir y contar esta peculiar y recomendable experiencia.

Acudo hacia las doce y media de la noche con Lucas Domínguez, disc jockey valenciano conocido como “Todotemazos”, pincha ese sábado y se ha prestado para mostrarme el lugar y los entresijos de su trabajo. El local abre sus puertas al público a la una. Lucas me presenta al personal que trabaja en la discoteca y comienza a instalar el equipo. En total tres DJ se encargarán de la música esa noche.

Piccadilly tiene dos zonas, un sótano de gran tamaño que no difiere de una discoteca tradicional y la planta superior donde se realizan las sesiones silenciosas.

La cosa es sencilla: esta sala carece de música ambiental, en su lugar se entregan unos cascos inalámbricos en los que se puede regular el volumen y además elegir la música preferida entre los tres canales que emiten simultáneamente. Cada canal va asociado a una luz de color roja, azul o verde y es manejado por un DJ diferente.

Hacia las dos y media el local está a tope. La gente, baila, habla y se divierte. Me regala la estampa multicolor de los cascos que brillan en la oscuridad salpicando la sala como luciérnagas. Es un espectáculo.

Visitamos una discoteca silenciosa en Valencia

Desde la tarima alta de los pinchadiscos se asiste a un paisaje cambiante y en rigor democrático; cuando en un canal suena una canción sensacional se extiende un mantillo ora rojo, ora verde por todo el local.

No deja de ser curioso ese maremágnum musical, casi promiscuo, donde bailan al unísono temas diferentes las parejas abrazadas y los grupos de amigos cada cual al son de su música sin que se aprecie conflicto alguno.

De repente alguien acciona otro canal y la emoción lo empuja a decirle a los de alrededor: “Poned el verde”. Todos cambian y estalla la locura porque es su canción, seguramente algo de Fangoria, Izan, Lori Meyers o La casa azul; son las que despierta pasiones entre los amantes del indie y el pop-rock español.

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Uno de los canales, el rojo, se corresponde con la música que suena en la sala inferior, en el sótano, que suele ser de género más populista, son las grandes canciones de moda que tiñen de rojo el lugar cuando suenan; Despacito, Shakira, Morat o Enrique Iglesias arrasan.

Una de las mayores ventajas de la “Silence Experience” es poder regular el volumen o incluso desconectar para hablar con el que está al lado con toda normalidad, algo imposible en una discoteca tradicional. Otra evidente es poder cambiar de música con un solo clic.

Quizás pueda parecer raro o incluso radicalmente contracomunicativo que cada cual baile a brincos su canción particular aferrado a unos cascos, pero la experiencia in situ trasmite lo contrario. La gente lo pasa muy bien, habla más y, tal y como me cuentan los asistentes, prefieren este lugar a otros precisamente por la cuestión de los cascos.

Si bien la escena extrapolada es esperpéntica; cuando te quitas los cascos lo que encuentras es uno por aquí cantando a capela y desafinado en extremo “Mil campanas”, otros a grito pelado destrozando a Michael Jackson o algo que se le parece y un peculiar murmullo de fondo difícil de describir.

La sensación en ese momento es que todos los presentes están en las últimas, locos, borrachos o drogados perdidos y en realidad no es así, sólo es que cantan cómo siempre han hecho pero ahora alguien evadido de los cascos les oye sin la música de fondo porque en la sala el único ruido producido es el de las personas que allí se encuentran.

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